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Hace un par de años me tomé
la libertad de redactar un texto sobre los miles de jóvenes mexicanos deseosos
de formar parte de una escuela de cocina. Estudiar gastronomía hoy –como hace
casi tres años que redacté dicho documento- pareciera más que una opción
académica, una necesidad imperiosa de una buena parte de la juventud mexicana.
Recordemos que México fue
pionero en el establecimiento de universidades gastronómicas con acreditación
oficial de una licenciatura en gastronomía hace 30 años. Ahora las más de 110
escuelas existentes solo en el estado de Puebla y un número considerablemente
alto que llegan a las 400 escuelas en todo el país, parecen que no cesan en
continuar abasteciendo a la industria de individuos formados en gastronomía. El
problema no es la profesionalización de esta disciplina, sino la calidad de
educación que están recibiendo.
Hace tres años las
universidades comenzaron a aprovechar la existencia de cocineros o cocineras
impulsados por los medios de comunicación para invitarles a formar parte,
primero, de congresos o reuniones académicas tipo simposium, y después para
invitarles a ofrecer clases, cursos cortos o diplomados exprés. La fórmula
funcionó para efectos académicos, pero hubo una ruptura: las escuelas lo
observaron como potenciales negocios fructíferos.
Los alumnos en 2010 pagaban
entradas a congresos, expos o conferencias que les ofrecían la oportunidad de
acercarlos a una élite gastronómica muchas veces con trayectorias
impresionantes, y otras nacientes con deseos de ubicarse en un lugar de esa
pléyade. Por el precio pagado, los estudiantes podían –literalmente- tomarse la
fotografía para subirla a las incipientes redes sociales.
Hoy el panorama es diferente,
las redes sociales incrementaron su influencia y poder, y alcanzan niveles
insospechados. Hay gente que literalmente trata de desarrollar una carrera
exitosa por sólo tener un twitter o Facebook lleno de fotografías de platillos,
hacer comentarios a veces oportunos, o enviar mensajes a las personalidades del
momento. El currículo de cualquier centro de estudios profesionales no estaba
preparado para estos tiempos de hiperconectividad, mucho menos los maestros o
directivos que han visto como el poder de Google permite encontrar información
sobre cocina cuya veracidad está cada día menos en entredicho que los enfrenta
a contrapuntear lo encontrado por los estudiantes. Estas discusiones no siempre
terminan de buena manera ni para el maestro, estudiante y por ende, la escuela.
Los programas de enseñanza
parecen no haberse modificado mucho, y los maestros con más posibilidades de
tener una carrera docente a veces son exalumnos cuyo tránsito por la vida
profesional no ha sido muy amplio. No los acuso de malos maestros, por el
contrario, al conocer la enseñanza formal en gastronomía desde sus raíces
pueden convertirse en buenos maestros, lo importante en este caso sería
verificar constantemente la amplitud de su conocimiento. Algo que nos da pie,
en los momentos en los que nos encontramos, para analizar la posibilidad de sistemas
de verificación de calidad de los maestros en turno.
Sigue siendo fundamental para
aquellos con deseos de estudiar gastronomía entender que su formación académica
no estará completa sino cursan buenos años de su vida en cocinas profesionales
a lado de cocineros importantes que les permitan dar una idea sobre lo que es
un negocio en la realidad. El glamour de la televisión se diluye cuando tienes
que estar 12 o 14 horas metido en un cuarto sin ver la luz del día haciendo un
mise-en-place para el turno de la cena o participando en el montaje de más de
250 platos en pocas horas de servicios llenos de adrenalina, fuego, calor,
cuchillos y suelos resbalosos.
Por si fuera poco, hoy incluso publicaciones
como el periódico Reforma a través de su suplemento Coolinaria invita a los
estudiantes a realizar prácticas profesionales en pollerías, carnicerías, o
panaderías de barrio, esas que no tienen glamour mediático pero que sí tienen
muchísimos años haciendo y vendiendo lo mismo; de esos negocios a los que todos
vamos pero que como profesionales a veces tenemos abandonados.
Para contribuir con la propuesta
de Reforma, ¿por qué no hacer también prácticas en la Central de Abasto local,
en los mercados populares, en un puesto de tacos o en una cocina económica?
Creo que en la enseñanza profesional de gastronomía nos hemos olvidado de que
en esos lugares en realidad está una de las más fuertes maneras de transmitir
la cultura e identidad nacional. Hacerlo podría llevarnos a un siguiente
panorama culinario mexicano, ya que sin dudas los alumnos podrían abastecer de
ciertos conocimientos de higiene, contabilidad, administración, servicio, y
hasta innovación (calidad en general) a puestos ambulantes de comida que tantos
intentos oficiales y privados de renovación han sufrido y que ninguno termina
por cuajar. Podría ser esa una auténtica manera de comenzar a reapropiarnos,
desde los estudiantes más atrevidos, de la comida callejera. De comprender que
una semana en un puesto de tacos puede dar más beneficios académicos que un mes
en el restaurante de moda. Todo depende del punto de vista, del ánimo y, como
dije, del atrevimiento del alumno y de la institución.
Sí, es un hecho que es
fundamental la formación académica profesional. Indiscutible, indudable y hasta
retrógrado sería decir lo contrario. Incluso en San Sebastián, España, existe
lo que hoy es considerada la mejor escuela del mundo: el Basque Culinary
Center. Su consejo asesor está conformado por los cocineros más influyentes del
mundo, y es la primera universidad que ofrece la licenciatura en gastronomía en
España. El mensaje es claro, si en México llevamos casi tres décadas de hacerlo
y en España están comenzando, tenemos mucho que aportarles; este podría ser el
mejor momento para construir un puente permanente y de gran afluente entre
ambos países.
Otras escuelas como el
Culinary Institute of America, Ferrandy, Paul Bocuse, y en México Superior de
Gastronomía, Claustro de Sor Juana o CESSA, incluso se debaten por pulir día a
día programas académicos para ganar el mercado de estudiantes, hacerla más
atractiva, presentar planes de estudio más concisos, tener alianzas con la
industria, y un sinfín de etcéteras son las formas en las que dichas
instituciones hacen su trabajo.
La carrera sigue siendo
costosa, y para estas alturas de la vida -10 años después de que yo pisé por
primera vez mi alma mater el Claustro de Sor Juana- creo que es todavía más de
lo que puedo imaginar. Sin embargo, la recomendación sigue siendo la misma para
aspirantes y padres: comparen precios de colegiaturas e inscripciones, comparen
prestigios, exijan les muestren los certificados de que la licenciatura está
validada por las instancias gubernamentales adecuadas, y pidan que les muestren
la plantilla de profesores, instalaciones y posibilidades de bolsa de trabajo.
Y al final, como en todas las
carreras y desde siempre, y como dijera mi madre: “el que es perico, donde
quiera es verde”. El éxito dependerá del esfuerzo del estudiante, del apoyo de
los padres, de la guía de maestros responsables, del acompañamiento ético que
los medios de comunicación electrónicos o convencionales. Insisto, nada será
más difícil para alguien que errar la vocación, pero será un verdadero
sufrimiento para aquellos que no estén dispuestos a ceder horas de vida, sueño
y paz por el noble oficio de cocinar para muchos, a veces, sin probar un solo
bocado, sin salir de una cocina. Y al siguiente día de oficio, lo mismo, y al
siguiente lo mismo… no todas las carreras son así, pero muchas que han valido
la pena así fueron sus inicios. Estudiar, trabajar y amar a la carrera.
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